El Imperio Persa Sassánida

            

El antiguo Irán (Persia) es un mundo que se debate entre dos polos. La región del suroeste, la Mesopotamia, es un espacio acogedor donde abundan las tierras fértiles que posibilitan un desarrollo agrícola y el establecimiento de centros urbanos; los antiguos Aqueménidas, precisamente, se ubicaban en este tipo de espacio, que contrasta con el noreste, estepa estéril donde la caza y el nomadismo se constituyen en el modo de vida habitual. Si la Mesopotamia limita con el Mundo Grecorromano –igualmente urbano y sedentario-, la región que abarca la zona comprendida entre el Mar Caspio y las inmediaciones del Oxus hasta la cuenca del Pamir, está abierta al influjo de la estepa euroasiática, de donde provenían, precisamente, los Partos, sucesores de los Seléucidas y que se rebelan contra el poder establecido a partir de una resistencia desde una región que podríamos llamar “marginal”. Los Partos conservaron la herencia del Asia Central, como se aprecia en el uso de la caballería pesada que incorpora la coraza para el jinete. Esta herencia será transmitida a los Sassánidas.

 

 

            El año 226 Ardechir (226-241), hijo de Sassán, descendiente de los Aqueménidas, acaba con el poder de los Partos Arsácidas –que tantos problemas había causado al Imperio Romano en su frontera oriental-; con este hecho se funda el Imperio Persa de los Sassánidas, que se mantendrán en el poder durante más de cuatro siglos. Si bien los Sassánidas retoman el estilo de guerra parta, la novedad la constituye la toma de conciencia de su propio pasado –en abierto rechazo a las tendencias helenizantes heredadas desde la época de Alejandro Magno (336-323 a.C.)-, como se refleja en el título real del propio Ardechir, “Rey (Sha) de Reyes de Irán”, evocando los antiguos títulos Aqueménidas; sus sucesores, desde Shapur (241-271) ostentarán el título de “Rey de Reyes de Irán y de no Irán”, clara manifestación de la vocación universal del Imperio. Resulta del todo comprensible, pues, que tanto romanos, primero, como bizantinos después, hayan tenido que enfrentarse con Persia por el “dominio del mundo”; aunque enemigos, existía un mutuo reconocimiento entre la Civilización Romana (o Bizantina, según el caso) y la Persa, como los únicos rivales dignos en un mundo de bárbaros o, recogiendo palabras de un embajador del s. III, como las “dos luminarias” del mundo.

 

 

            Tal como se deduce de los títulos reales citados, los Sassánidas impulsaron un proceso de unificación que no desconocía la existencia de numerosos reinos autónomos, pero que debían jurar fidelidad al Sha. Era, pues, una suerte de “monarquía feudal” que, con una clara orientación hacia la centralización del poder, se apoyaba en la antigua aristocracia terrateniente, verdaderos príncipes “vasallos”. La organización imperial contemplaba una amplia burocracia civil y militar donde destacaban el Gran Visir, que dirigía la administración central, el Eran Spahbadh, ministro de guerra, y el Eran Dibherbadh, una suerte de primer ministro que tenía autoridad sobre todos los “secretarios de estado”. Dentro de la burocracia imperial ocuparán un lugar destacado los sumos sacerdotes de la religión de Zoroastro, culto oficial del Imperio –otra manifestación de la renovada vigencia de las tradiciones aqueménidas-, especialmente el Gran Mobedh, de poderosa influencia religiosa y política. 

 

 

            Siendo la agricultura la base económica del Imperio, éste es eminentemente urbano, rasgo que se evidencia en la preocupación de los emperadores Sassánidas por fundar ciudades (sólo Ardechir fundó ocho): es el suroeste agrícola, urbano y sedentario que reemerge con gran vitalidad. Una poderosa marina, junto con una sólida moneda de plata, el direm, son los pilares de un activo comercio internacional que, en los mercados orientales, rivalizaba con Bizancio. Sociedad eminentemente aristocrática, con profundas desigualdades sociales, debió enfrentar revueltas religiosas, como la rebelión mazdekí –se trata de una herejía dualista-, en abierta oposición a la religión oficial y, por consiguiente, al Imperio. Para hacer frente a estos hechos que amenazaban la estabilidad del reino, Anushirván (531-579) reorganizó social y territorialmente el Imperio, al mismo tiempo que creaba un ejército de base “feudal”. La época de Anushirván es el período más brillante del Imperio, no sólo por sus reformas tributarias o administrativas, sino también por el esplendor artístico de las grandes construcciones, como el Iwan, edificio abovedado (tal vez inspirado en las tiendas de los antepasados partos nómadas), o los grandes palacios en general, los relieves rupestres monumentales que exaltan la figura del Sha, como los de Naqsh-i-Rustam que retratan a Bahram II (276-293); así también las artes menores como la orfebrería, tejidos de seda, etc. En la corte de Anushirván los sabios persas trabajaban junto a otros de origen cristiano, en un clima de gran tolerancia, estudiándose a los filósofos griegos o los secretos de la medicina, saberes que heredarán los musulmanes más tarde.

 

 

            A fines del siglo VI y comienzos del siguiente, el poder del Sha se verá amenazado por generales poderosos al mismo tiempo que, en el plano exterior, el Imperio Bizantino golpeará mortalmente el reino de los Sassánidas infringiéndole sendas derrotas en los años 624 (destrucción del templo de Gandzak), 627 (batalla de Nínive) y 628 (toma del Palacio de Dastgard). Los últimos reyes Sassánidas apenas si ostentan el título; el Imperio debilitado por las duras guerras contra Bizancio no podrá hacer frente a los árabes musulmanes que, en 634, llegan hasta Ctesifonte, la capital imperial. Pocos años después, con la caída de Kabul y Kandahar, en 655, quedaba definitivamente sellada la suerte del Imperio Persa.

 

 

            Entre los siglos III y VI, así, se operan en Persia una serie de cambios de gran importancia, en los cuales juegan un rol destacable tanto los pueblos nómadas de la estepa como las influencias recibidas desde el mundo romano o bizantino, influencias todas que se entretejerán con las antiguas tradiciones propiamente iráneas. El Imperio Sassánida es un mundo aristocrático y “caballeresco” (gran relevancia tiene la caza, el torneo; existe una caballería pesada), una “monarquía feudal” como ya indicamos donde la tierra implica un lazo moral con el Sha que la otorga; también reconocemos una iglesia oficial junto con una clara concepción de ortodoxia frente a corrientes heréticas, todo lo cual prefigura o adelanta rasgos típicos de lo que denominamos corrientemente como “medieval”. De allí la particular importancia que los estudiosos han asignado al poderío persa Sassánida.