HELIODORO, LAS ETIÓPICAS (c. 250)

 

IX,4. Se vio, pues, al ejército enemigo, ordenado para la batalla, con todo el esplendor persa que fascinaba las miradas, ya que el oro y la plata de las armas hacían brillar toda la llanura. Efectivamente, el sol apenas se había levantado y sus rayos golpeaban de frente a los persas, cuando un resplandor increíble se extendió a lo lejos como si las armas proyectasen su propia luz. El ala derecha estaba formada por soldados originarios de Persia y Nubia; los hoplitas abrían la marcha y todos los arqueros venían detrás, al abrigo de los hoplitas, donde se encontraban seguros para lanzar sus proyectiles, ya que no iban armados. Los destacamentos de egipcios y libios, así como todos los auxiliares extranjeros, formaban el ala izquierda, acompañados de lanceros y honderos encargados de ejecutar las cargas y atacar al enemigo hostigándolo por los costados con sus proyectiles. El sátrapa se encontraba en el centro, subido en magnífico carro, armado de haces, flanqueado de una falange que le servía de escolta y defendido en la delantera sólo por una tropa de caballería acorazada, en la que depositaba la mayor confianza en el momento del combate. Esta tropa es siempre, entre los persas, la más valiente y lista frente a la batalla.

IX,15. Su armadura está hecha de la siguiente manera: se escoge un hombre de vigor excepcional y se cubre su cabeza con un casco de una sola pieza, perfectamente ajustado y que reproduce la imagen exacta de una cara, al modo de una máscara; encierra enteramente la cabeza desde la coronilla hasta el cuello, salvo los ojos, para permitir ver; la mano derecha está armada de un venablo más largo que una lanza, la mano izquierda queda libre para tener las riendas; un sable se cuelga a su costado; está recubierto de una coraza no solamente en el pecho sino en todo el resto del cuerpo. En cuanto al modo como se fabrica la coraza, es el siguiente: se hacen placas de bronce y de hierro, rectangulares y de un palmo más o menos en uno y otro sentido; después se les une unas a otras por el borde de manera que la de abajo sea en parte recubierta por la de arriba, y, de la misma manera, aseguran la articulación en los pliegues, consiguiéndose algo así como una túnica de escamas que se adapta al cuerpo sin molestarlo y envolviéndolo enteramente, rodeando cada pierna por separado, y extendiéndose sin dificultar los movimientos. Esta coraza está provista de mangas y desciende desde el cuello hasta las rodillas y no está abierta más que a la altura de las caderas, lo que es necesario para permitir al caballero montar a caballo: tal es la coraza, que devuelve los dardos y es verdaderamente invulnerable. La polaina se extiende desde la punta del pie hasta la rodilla y está atada a la coraza. Se provee también al caballo con armadura semejante; se rodea las patas con canilleras; se guarnece enteramente su cabeza con placas protectoras y se le suspende en lo largo del lomo, hasta el vientre, por ambos costados, una especie de manta tejida de fierro para proteger al animal y no molestar el vientre, lo que le impediría correr. El caballo así enjaezado, o, mejor dicho, revestido, es montado; pero el caballero no puede subirse solo a la silla, es preciso que otros le ayuden a causa de su peso. Llegado el momento del combate, suelta las riendas de su caballo, pica las espuelas y se precipita con todo ímpetu contra su adversario, semejante a un hombre de fierro o una estatua de metal macizo que se pusiera en movimiento. El venablo adelantado apunta su fierro; está unido al cuello (del caballo) por un lazo, y la empuñadura atada a la grupa por una cuerda, de manera que no ceda al choque sino que acompañe la mano del caballero que se limita a dirigir el golpe y se mantiene tieso para provocar una herida más profunda; en su ímpetu, el venablo traspasa todo lo que encuentra y, de un solo golpe, a menudo, levanta dos hombres a la vez.

 

En: Grimal, P., Romans Grecs et Latins, La Pléiade, 1958, Paris, pp. 743 y s. Trad. del francés por Héctor Herrera C.