CASIODORO Y LA CULTURA EN EL MONASTERIO DE VIVARIUM (c.545)

 

¡Tarea bienaventurada! ¡Trabajo digno de elogio! Predicar con la fatiga de las manos, abrir con los dedos las lenguas mudas, llevar silenciosamente la vida eterna a los hombres, combatir con la pluma las sugestiones peligrosas del mal espíritu. Sin salir de su celda, a una larga distancia, desde el lugar en que está sentado, el copista visita las provincias lejanas; se lee su libro en la casa de Dios; las multitudes le escuchan y aprenden a amar la virtud. ¡Oh, espectáculo glorioso! La caña partida vuela sobre el pergamino, dejando la huella de las palabras celestes, como para reparar la injuria de aquella otra caña que hirió la cabeza del Señor.

 

Casiodoro, Las Instituciones de las Letras Seculares y Divinas, cit. en: Pérez de Urbel, J., Historia de la Orden Benedictina, Ed. FAX, 1941, Madrid, p. 40.