CARTA DE GREGORIO VII A ENRIQUE IV (DICIEMBRE DE 1074)

 

 

Gregorio, obispo, siervo de los siervos de Dios, al rey Enrique, salud y bendición apostólica.

 

Aunque no has resuelto, amado hijo, el caso de la Iglesia de Milán según tus cartas y promesas, empero hemos oído con gran satisfacción que trataste amablemente a nuestros legados, que has corregido ciertos asuntos eclesiásticos y que nos has enviado por medio de dichos legados saldos y servidumbres de tus devotos servicios. Además, nos regocijamos en gran manera porque, como tu madre, la augusta emperatriz Inés, de piadosa memoria, nos aseguró constantemente, y los obispos, tus legados, lo confirmaron ahora, estás decidido a desarraigar completamente la herejía de la simonía de tu reino, y a usar todo tu esfuerzo para curar la inveterada enfermedad del nicolaísmo. La condesa Beatriz y su hija Matilde, nuestras hijas y tus leales súbditas, nos han dado no pequeño placer informándonos por cartas de tu amistad y lealtad sincera, lo cual recibimos con gran contento. Por consejo y persuasión de tu augusta y altísima madre, hemos sido movidos a enviaros esta carta. Y así, aunque pecador, te he recordado y te recordaré en el servicio solemne de la santa misa sobre los cuerpos de los apóstoles, pidiendo con humildad que el Dios Omnipotente te confirme en tus presentes buenas intenciones y pueda otorgarte cosas todavía mejores para el servicio de tu Iglesia. Te advierto, además, y te exhorto en sincero afecto a que tomes consejeros que miren por ti, no por tus pasiones; por tu bienestar, no por su propio provecho. Si sigues este consejo, el Señor Dios, cuya causa representan ante ti, será tu gracioso protector.

 

Tocante al asunto de Milán: si nos envías hombres sabios y piadosos y aparece de sus sólidos argumentos que los decretos de la Iglesia Romana, confirmados dos veces por la autoridad senatorial, pueden o deben ser modificados, no dudaremos en seguir su bien considerado juicio y tomar un camino más recto. Pero, si, por el contrario, esto no es posible, entonces ruego y conjuro a tu alteza, por el amor de Dios y por tu reverencia a San Pedro, que restaures sus derechos a la Iglesia de Milán. Entonces, sabrás, por último, que has ganado el verdadero poder de un rey, te humillas ante Cristo, Rey de Reyes, por la restauración y defensa de las Iglesias, recordando las palabras del que dijo: "Amaré a los que me aman, honraré a los que me honran, y no estimaré a los que me desprecian".

 

Además, sepa su alteza que hemos escrito a Sigfredo, arzobispo de Mainz, requiriendo su presencia en el sínodo que, con el favor de Dios, intentamos celebrar en la primera semana de la próxima cuaresma. Si no puede venir, que envíe legados que lo representen en el concilio. También hemos ordenado a los obispos de Banberga, Estrasburgo y Espira que se presenten en persona y den cuenta de su promoción y modo de vida. Pero si, tal es la insolencia de los hombres, demoran en venir, te pedimos que les obligues con tu autoridad real. Deseamos que envíes con ellos mensajeros de confianza que nos den un relato fiel de su promoción y modo de vivir, para que, después de haber sabido la verdad de sus labios, podamos dar con más seguridad un juicio indisputable.

 

En: Gallego Blanco, E., Relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media, Biblioteca de Política y Sociología de Occidente, 1973, Madrid, pp. 129 y ss.