SAN JERÓNIMO, EP. XIV, A SU ÍNTIMO AMIGO Y COMPAÑERO HELIODORO (c. 375)

 

1. (...) ¡No os acordéis de las necesidades pasadas! El desierto quiere gente desnuda. ¡No os asusten los recuerdos de las dificultades de la peregrinación anterior! Ya que creéis en Cristo, creed en su palabra: "¡Buscad primero el reino de Dios, y todas las demás cosas se os darán por añadidura!" (Mt. 6,33). No tenéis que traer alforja, ni báculo, ni otra cosa; porque harto rico es el que es pobre en compañía de Cristo (Mt. 10, 9-10).

2. (...) Por eso, aunque el sobrinillo esté colgado de vuestro cuello, aunque vuestra madre, desgreñada y rotas las vestiduras, os muestre los pechos con que os alimentó (Hor., Carmen I,3,18), y aunque vuestro padre se tienda en el suelo sobre el umbral de la puerta, ¡pasad por encima de todo y seguid adelante! ¡Con ojos enjutos volad hasta el estandarte de la Cruz! Aquí el cariño exige ser cruel. Vendrá después, vendrá aquel día en que habéis de volver a vuestra patria y entrar, coronado, como un héroe, por la ciudad de Jerusalén Celestial (Ap. 21). (...) Entonces pediréis también para vuestros padres la misma ciudadanía, y aun rogaréis por mí que os incité a que os venciéseis.

3. (...) No penséis que yo desconozco los lazos que, diréis, os tienen atado y detenido. Yo tampoco tengo el pecho de hierro, ni las entrañas duras, ni me dieron a mí leche de tigres de Hircania (Virg, Aen. II,366) como a nacido de pedernales. Yo también he pasado como vos por todas esas pruebas.

Ya lo sé que os asirá vuestra hermana viuda, con sus brazos blancos y amorosos (Virg. Aen. II,677). Y aquellos esclavillos que nacieron en vuestra casa y se criaron en vuestra compañía, dirán: "Ay, señor! ¿A quién nos dejáis que sirvamos?" Ya que en tiempos pasados os traía en sus brazos y ya es vieja, y vuestro ayo, que es como segundo padre después de la piedad natural, ahora también darán voces y dirán: "¡Esperad un poco, que nos muramos! Y habiéndonos sepultado, idos a donde quisiereis". Por ventura se os pondrá delante vuestra madre, gimiendo envejecida, arada la frente con arrugas, y os evocará las palabras tiernas y balbucientes que os decía, cuando erais niño. (...).

Quizá me diréis que la Sagrada Escritura nos manda obedecer a nuestros padres. Pero cualquiera que los ama más que a Cristo, pierde su alma (Mt. 10,37).

 

En: Huber, S., Cartas Selectas de San Jerónimo, Trad. de S. Huber, Ed. Guadalupe, 1945, Bs. Aires, pp. 156-159.