SOCIEDAD CHILENA DE ESTUDIOS MEDIEVALES

 

Fuentes y documentos para el estudio de la

 

HISTORIA MEDIEVAL

 

 

  Prólogo 

 

Ciertamente que hay una permanente novedad en el cultivo de las fuentes -y, de allí, la necesidad imperiosa de facilitar el acceso del estudioso de la Historia a ellas-, la que es fruto del interés histórico cambiante, interés que es tanto más certero en cuanto expresa una más fina y lúcida conciencia histórica; y que, recíprocamente, valora el trabajo histórico, confiriéndole la calidad dual de producto y factor de testimonio. Precisamente, nuestro trabajo, desde hace más de cuarenta años, ha descansado en esta posición, con la que nos hemos acostumbrado a encarar las fuentes históricas. Estas son, como el término lo señala, manantiales inagotables no tan sólo de conocimiento histórico, sino también veneros ricos en posibilidades para entrar en contacto más directo con la realidad de la cual emanan y a la cual refieren la labor del historiador, cuya obra -el relato histórico- es, así, una relación acumulativa y totalizadora lograda por el historiador de un determinado pasado desde su presente(1). En esto reside su mayor importancia, en permitir la concesión de una vitalidad que, a partir del historiador, retorna a él, con lo cual este pasa a centrarse en la Historia, de tal modo que supera el tiempo creando una contemporaneidad, que sólo se da cuando se vive plenamente el presente(2). Ello explica que en ciertas épocas se tenga la impresión de que dichos manantiales se secaran, o que, otras veces, al contrario, veamos que tornan a fluir raudamente, es decir, que vuelven a entregar su riqueza. Es el hombre que siente renacer su interés por el hombre de tal época; en todo verdadero trabajo de fuentes, ha de ser el hombre que trata de encontrar al hombre lo que constituya la principal preocupación, tal como fue para Herder, "para quien la condición fundamental de todo conocimiento histórico era, probablemente, el adentrarse en el alma de los demás para sentir al unísono con ella" (3).

La fuente debe ser intermedio necesario -no olvidemos que es propio del conocimiento histórico ser mediato y del historiador crear la inmediatez- para llegar a conocer a aquel hombre, en particular, y al hombre en general. No es un fin, sino un medio. Entretenerse con ella es privarse de la verdadera recreación. Podemos explicarnos esto señalando que la fuente es una persona del pasado. Ese pasado, que fue riquísimo y complejo como nuestro presente, lo encontramos representado en la fuente, caracterizado con los rasgos más o menos estereotipados que su persona tragica le impone. Pero, en la fuente, que parece tener la misma rigidez que la máscara -debido a su relación arcaica con los muertos, puesto que también parece que el pasado confiere a la historia una inmovilidad- encontramos igualmente que, a la vez, crea una relación con los vivos y los muertos; y, por eso, bien podemos decir de ambas lo que Kerényi dice de la máscara, que "es el instrumento de una transformación unificadora", mediante la cual "los muertos, esto es, los héroes del pasado, son hechos revivir en la intensificada vitalidad de la atmósfera del culto dionisíaco" (4).

El contacto con las fuentes es la única posibilidad de redención que cabe al historiador ante la sequedad rancia y fría, que como hálito letal se desprende de un pasado fosilizado en el que pareciera no importar más que su descripción. En cambio, si se sostiene y se siente que en las fuentes hay mucho más que lo que a primera vista puede leerse -el contenido- y entenderse -la intención-, que en ellas late todo un momento histórico, -el sentido- con su pluralidad de fuerzas, entonces podemos afirmar que, efectivamente, su contacto posibilita la comprensión del pasado en su más auténtico contexto. Exigimos, pues, al historiador, una extra-capacidad consistente en llegar a hacerse cargo, con la misma intensidad vivencial, tanto del pasado como del presente, de manera que los hechos del pasado -en palabras de Niebuhr- "lo afecten como a un contemporáneo"(5). Por supuesto que no puede conseguirse esto sin estudio, ya que hay que lograr una familiaridad con el pasado en que la cultura y sensibilidad del historiador son decisivas para que su comprensión histórica sea valiosa, puesto que va a depender de la amplitud y riqueza de su personalidad el que pueda evocar todo ese complejo y matizado contexto, donde lo expresado constituye, tantas veces, mínima parte; esta evocación hará que se actualicen tantas relaciones subyacentes, que constituyen la urdimbre cotidiana, tantas veces menospreciada o mal entendida, y en la cual se bordan uno que otro motivo realzado y que, por eso, son generalmente destacados: cuando, en verdad, es del juego mutuo que se ha formado la realidad, o imagen de la realidad de la que da testimonio la fuente; pero, además, la cultura y sensibilidad del historiador sirven de caja de resonancia donde se modulan mejor y se fortifican aquellas evocaciones del pasado (6).

Se nos presenta, pues, la labor del historiador como un saber ver en las fuentes, más que meros y parcelados vestigios del pasado que hay que conocer -labor que sería la propia tan sólo del investigador-, un campo en el cual hay que inventar una creación relacionadora que le descubra, a su vez, una relación creadora. Sólo así se podrán salvar los problemas que crean las fuentes, sea por su deficiencia como por su exceso. En el primer caso -que corresponde a una dificultad que siempre se exigirá superar al estudioso de la Historia Antigua, y aun al de la Medieval- debemos contar con el conocimiento inexpresado, que colma todos aquellos vacíos que no son tales para la mente que está tras la fuente ni tampoco, en la mayoría de los casos, para sus contemporáneos, y mucho menos en la realidad de la cual dan testimonio. Por eso, cuando decimos, por ejemplo, que hay que saber hacer hablar a las fuentes, entendemos que tenemos que ser atentos auditores de todo lo que dicen, pero también de lo que apenas musitan, de lo que insinúan y de lo que callan(7); y, si estamos realmente interesados y perceptivos, nos aventuraremos a penetrar en su discurso sabiendo que, con ello, no acometemos una vana, loca e infructuosa empresa, porque nuestra tentativa se desarrollará dentro de los límites de lo que, en cada caso particular, es cognoscitivamente verosímil.

Por último, hay que indicar que el valor que concedamos a las fuentes depende del que le asignemos a la Historia, y esto importa mucho, especialmente cuando se trata del caso en que pareciéramos vernos ahogados por su exceso; y, en esta perspectiva, consideramos que la Historia no es el fruto de lo que no es ni de lo que no está, sino de lo que efectivamente es y está, gracias a la presencia actual que pueden adquirir las acciones del hombre junto con la presencia real que tuvieron en algún momento, y justamente como esto no significa que toda realidad ha de tener vigencia -que es algo diferente a decir que hay cosas que son del hoy- se deduce que hay un gran porcentaje de historia que es sólo una apariencia, puesto que con su momentánea presencia real agotaron su ser y aunque hayan dejado vestigios -pensamos, por ejemplo, en los montones de papeles, producto de la burocracia contemporánea, que invade todos los campos- podría aplicarse a ellos la fábula de Fedro, de la zorra que viendo una máscara trágica, luego de haberla investigado, exclamó: "O quanta species... cerebrum non habet!", en cuanto que sus vestigios son tan huecos que sólo pueden tentar a un investigador o asustar a un historiador, que sólo se entretengan con la cáscara sin entusiasmarse ni acongojarse por llegar al meollo y su riqueza. Queremos insistir en la paradoja de la Historia, consistente en que muchas cosas no siendo, son y, muchas otras siendo, no son y que este principio condiciona la calidad de las fuentes.

Siempre en toda fuente histórica, pues, hay una verdad, de tal modo que, cuando nos encontramos con un testimonio claramente deformado, debemos comprender lo que hay en esa nueva realidad: así era visto, in-comprendido, y nosotros tenemos que comprender esa incomprensión, del mismo modo como normalmente se supone que debemos hacerlo con la comprensión, y no añadir una nueva incomprensión (8).

En toda palabra hay un pensamiento que se entrega sólo en un pequeño porcentaje; para recobrarlo en su plenitud -plenitud que seguramente excede los mismos límites conscientes del sujeto- debemos esforzarnos por recuperar su ámbito de resonancia intelectual y afectiva. Habría que estudiar, pues, todas aquellas referencias directas o indirectas de una palabra, recrear su contexto y trazar las líneas relacionadoras que dibujarán una idea, generalmente nueva, pero que estaba latente en las anteriores palabras (9). Es por ello que concedemos gran relevancia a la filología como ciencia auxiliar de la Historia -lo que explica, además, por qué en la presente selección de fuentes nos hemos preocupado, en algunos casos, de incluir parte del léxico original del texto en cuestión, o su versión original íntegra-, puesto que, aunque parezca irrelevante decirlo, el trabajo histórico se hace con palabras que es necesario conocer, aprehender y aplicar en su sentido más íntimo y profundo, porque cada palabra es un continente, con un contenido que es necesario, primero, descubrir, y luego, conquistar. Este contenido posee, a su vez, un sentido, el que nos permite ingresar de lleno a una realidad determinada; sin embargo, la palabra no es más que un espejo, sólo refleja la realidad. Esta, aun, puede estar hoy ausente o, al menos, oculta, debido al uso y, a veces, abuso de las palabras. El sentido, la fonética, la manera de escribirlas, puede variar a través del tiempo, y en ocasiones el valor actual es apenas una sombra del original. Es como una moneda gastada por el uso, y la labor del estudioso será, en primer lugar, hallar el significado perdido u oculto -o el más próximo a él- de aquellas palabras que son claves para su trabajo o, dicho de otra manera, restituir a la moneda su valor original."Cada palabra -decía el recordado Juan Gómez Millas- es el símbolo de un drama; es una respuesta que alguien, alguna vez, acuñó para expresar su admiración ante el cosmos"(10).

La verdad histórica es cuestión de perspectiva y demarcación, es decir, que no se refiere realmente la verdad cuando se señala o se describe un hecho sin darle su justa y adecuada ubicación dentro del todo que fue; como apunta Belloc, "sólo puede expresarse la verdad con precisión cuando se citan los hechos conocidos teniendo en cuenta la jerarquía de valores" (11).

 

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Toda Historia es Historia Universal. Es esta verdad ineludible la que nos ha llevado a incorporar en la presente selección de fuentes y documentos para el estudio de la Historia Medieval textos de procedencia muy diversa: desde aquellos que tienen que ver, estrictamente, con la Edad Media Europea Occidental, hasta otros de origen bizantino, armenio o persa, por citar los casos más notables. Porque ni siquiera la historia occidental, con toda la importancia que en sí puede tener y el significado especial que para nosotros tiene, alcanza a identificarse con la Historia Universal, y es por esto que una docencia, o investigación según sea el caso, que se limite a ella -como actualmente sucede en la mayoría de los casos- y contemple sólo incidentales incursiones hacia otras civilizaciones, y respete la cronología secuencial que de ella proviene, no puede satisfacernos. Así, el lector encontrará en las páginas siguientes documentos que, strictu sensu, no corresponden cronológicamente a la Edad Media Europea, pero que permiten su adecuada comprensión desde una perspectiva Universal.

Nos parece que bien podemos encarar más libremente el problema y atrevernos a presentar la Historia Universal con más amplitud y más flexibilidad. Sentimos, desde hace muchos años, la necesidad de ampliar la actual visión histórica, acogiendo la historia de las diversas civilizaciones; creemos que el verdadero humanismo exige el reconocimiento de todas las grandes tradiciones culturales y que sólo a partir de allí se puede intentar su auténtica y real revalorización. Sólo puede desarrollarse una conciencia histórica, sensible, ágil, capaz de hacerse cargo de los compromisos que suscita la condición humana, si se tiene presente la historia como un proceso que compromete a todos, proceso que es expresión del sentido de la Historia; este sentido se vislumbra únicamente en el vasto panorama de la Historia Universal, en el que adquieren su justa proporción todos los momentos del acontecer. Nos parece que la problemática histórica alcanza toda su complejidad en un ámbito que normalmente supera con mucho las fronteras de la historia nacional (recuérdese el "campo inteligible de la historia" de Toynbee) o aún de la civilización (v. gr. el "tiempo eje" de Karl Jaspers, para el Mundo Antiguo, o la presentación de los orígenes del Mundo Medieval según la perspectiva de F. Altheim). Unicamente enfrentándose con tal complejidad puede tenerse alguna garantía para proponer una adecuada explicación que no adolezca de parcialidad, y nos parece que en esto radica un aspecto importante de lo que hemos denominado "formación histórica", dado que la entendemos como la capacidad para la intelección de la Historia, entonces y ahora.

 

Héctor Herrera C.

1997

 

 

NOTAS

(1) v. Millán Puelles, A., Ontología de la Existencia Histórica, Rialp, 1955, Madrid, pp. 139-149.

(2) v. Sedlmayr, H., "El verdadero y falso presente", en: Anales de la Universidad Católica de Valparaíso, 1, 1954, pp. 155-175, passim. v. tb. Herrera, H., "El presente, tiempo de la acción", en: Mapocho, 1, Santiago de Chile, 1963, pp. 279-284, y, del mismo, "Interpretación de la vida desde una perspectiva histórica", en: Academia, 11, Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, 1985, Santiago de Chile, pp. 55-64; ambos artículos se pueden consultar ahora en: Herrera, H., Dimensiones de la Responsabilidad Educacional, Ed. Universitaria, 1988, Santiago de Chile, pp. 46-53 y 144-153, respectivamente.

(3) Cassirer, E., El problema del conocimiento. De la muerte de Hegel a nuestros días, Trad. de W. Roces, F.C.E., 1948 (Berlín, 1920), Méjico, p. 321.

(4) Kerényi, C., Miti e misteri, Einaudi ed., 1950, Torino, pp. 460 y s.

(5) Niebuhr, B.G., Roemische Geschichte, Berlin im Verlag von G. Reimer, 1827, I, Theil, p. XIII.

(6) Marrou, H.I., De la Connaissance Historique, Ed. Du Seuil, 1956, Paris, pp. 36, 57, 73... "dans la mesure ou les documents existent, il faut encore parvenir a s'en rendre maître; ici interviendra de nouveau la personalité de l'historien, ses qualités d'esprit, sa formation technique, son ingéniosité, sa culture". (Hay ed. en español: Marrou, H.I., El Conocimiento Histórico, Trad. de J.M. García de la Mora, Labor, 1968, Barcelona).

(7) v. al respecto el ejemplar análisis, verdadero alarde de ingenio, sutileza y perspicacia para hacer hablar a las fuentes o interpretar sus silencios, de Bloch, M., en su obra Los Reyes Taumaturgos, Trad. de M. Lara, F.C.E., 1988 (Paris, 1924), Méjico, passim.

(8) Al respecto, vale la pena citar las palabras de Amédée Thierry, en el Prefacio a su Histoire d'Attila et de ses Successeurs, IVe éd., 1872, Paris, I, p. IX, donde, refiriéndose a los prolíferos ciclos de tradiciones legendarias alrededor de la persona de Atila, escribe: "On voit combien est multiple l'Attila populaire, suivant le siècle et le peuple qui l'ont rêvé; et celui-la n'est guère moins curieux à étudier l'Attila réel de l'histoire, car l'esprit humain, dans ses plus ardentes fantaisies, ne s'égare jamais sans raison, et l'on pu dire, malgré l'apparente contradition des mots, qu'il y a une verité cachée au fond de chaque erreur". v. tb. Eco, U., "Diez modos de soñar la Edad Media", en: Eco, U., De los Espejos y otros ensayos, Trad. de C. Moyano, Lumen, 1988 (Milán, 1985), Barcelona, pp. 84-96.

(9) v. Benveniste, E., Vocabulaire des Institutions Indo-européennes, Ed. de Minuit, 1969, Paris, 2 vols., passim; Schulte-Herbrüggen, H., El lenguaje y la visión del mundo, Ed. de la U. de Chile, 1963, Santiago de Chile, passim; Herrera, H., "La Constitución del ámbito cívico en el mundo Grecorromano", en: Historia, 21, 1986, pp. 403-429, ahora en: Limes, 2, 1989-1990, pp. 14-36.

(10) Gómez Millas, J., "Preocupaciones por la Universidad Futura", Clase Magistral dictada en la Universidad de Chile, Noviembre de 1973, cit. en: González, E., El Pensamiento Universitario de don Juan Gómez Millas, Tesis Inédita, 1980, Universidad Católica de Valparaíso, p. 398.

(11) Belloc, H., La crisis de nuestra Civilización, Ed. Sudamericana, 1950, Bs. Aires, p. 20.