SAN AGUSTÍN Y EL SAQUEO DE ROMA

 

Pero eso que ha acontecido por primera vez, el hecho de que ese salvajismo bárbaro, por un prodigioso cambio del aspecto de las cosas, se haya mostrado tan dulce hasta el punto de escoger y designar, para llenarlas con representantes del pueblo, las más vastas basílicas, dentro de las cuales nadie sería acometido, de donde nadie sería arrancado, adonde muchos serían conducidos para su liberación por enemigos compasivos, de donde nadie sería llevado en cautividad ni aun por los más crueles enemigos: esto, en nombre de Cristo, es a los tiempos que hay que atribuirlo.(1)

 

¿Acaso no es verdad que odian el nombre de Cristo aquellos mismos romanos cuyas vidas perdonaron los bárbaros por reverencia a Cristo? Son testigo de ello las capillas de los mártires y las basílicas de los apóstoles, las cuales, en aquel saqueo de la ciudad, recibieron en su seno a los que en ellas buscaron refugio, tanto a los suyos como a los ajenos. Hasta sus puertas llegaba la crueldad del enemigo; en ellas se ponía fin a su locura carnicera; a ellas eran conducidos por los propios enemigos compadecidos aquellos a los que, encontrados fuera de estos lugares, habían perdonado la vida, para que no cayesen en manos de aquellos que no se sentían movidos por la misma misericordia; incluso estos mismos, sin embargo, que en otros lugares eran sanguinarios y crueles, cuando llegaban a estos lugares, donde les estaba prohibido lo que por derecho de guerra se les permitía en otros sitios, veían frenada toda su crueldad de acometida y roto su deseo de botín...(2)

 

La verdad es que los galos pasaron a cuchillo a los senadores y a todos los que pudieron encontrar en la ciudad, a excepción de los que se refugiaron en la fortaleza del Capitolio que, de la forma que fuera, logró defenderse ella sola; e incluso a los que se refugiaron en esta colina les vendieron a cambio de oro su vida, la cual, aunque no podían quitársela con armas, sí podían agotársela con el asedio. Los godos, por el contrario, perdonaron la vida a tantos senadores que lo que más extraño resulta es que se la quitaron a algunos.(3)

 

(1) San Agustín, en: Le Goff, J., La Civilización del Occidente Medieval, Trad. de J. de C. Serra, Ed. Juventud, 1969 (Paris, 1965), Barcelona, p. 37.

 

(2) San Agustín, De Civitate Dei, 1, 1, en: Polémica entre cristianos y paganos a través de los textos, Ed. de E. Sánchez S., Akal, 1986, Madrid, pp. 280.

 

(3) San Agustín, De Civitate Dei, 3, 29, en: Polémica entre cristianos y paganos a través de los textos, Ed. de E. Sánchez S., Akal, 1986, Madrid, p. 283.